Todos tenemos secretos escondidos en algún lugar y nos sentimos frágiles cuando alguien los descubre.

Pero llega un momento en la vida en el que descubres que no es necesario seguir ocultando lo que hemos sentido, llorado, reído, amado... No es necesario esconder en lo más recóndito del alma todo aquello que nos hizo sentir intensamente vivos.

Ya perdí el miedo de abrir las puertas del alma, porque no soy vulnerable ante nadie, salvo ante el miedo de sentirme vulnerable.

Tan solo soy alguien como tú, a quien el universo no ha cesado se regalarle momentos para sentirse viva.

Déjame marchar

Quisiste levantarme del lecho de espigas y amapolas
donde construía mis sueños inalcanzables.

Cubriste mis ojos de besos, límpidas auroras
y atardeceres de infinita belleza;
y tomaste mi mano entre las tuyas
para llenarla con el fruto de tus propios anhelos.

 Y, así, desperté de mis sueños
para adentrarme en los tuyos.

Abandoné los remos de mi barca y la dejé a la deriva
por esos mares de inabarcable libertad que yo surcaba,
hasta perderme entre las aguas y la brisa
de tus propias playas, de blancas arenas
                                             y suaves caricias de olas.

Y sé que fui feliz,
extrañamente feliz, entre tus brazos.

Y sé que, por un tiempo,
olvidé mis campos de amapolas
y el oleaje que el viento dibujaba en las espigas.

Pero, hoy, con el alba,
me reclama de nuevo la esencia de mi alma
abandonada un tiempo al libre albedrío de las hadas
                                                 que habitan en los valles.
Y quiero marchar.
Que no importa que las lágrimas empañen mis ojos.

A caballo del viento,
surcaré confiada los espacios que me separan de mis sueños
                                                        y sus senderos de selene.